Leones que  rugen

SALMOS 22: 1-18, 31

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos estás de salvarme, lejos de mis palabras de lamento”  (v. 1).

Este probablemente es el más conocido de los salmos de lamento – principalmente porque sus primeras palabras fueron citadas por Jesús en la cruz.  Habla de la gravedad de la situación del salmista.  David se siente abandonado y olvidado por Dios.  Clama pidiendo ayuda, temiendo lo que tendrá que enfrentar.

“No te alejes de mí, porque la angustia está cerca y no hay nadie que me ayude” (v. 11).

A veces las cosas parecen estar bien.  Después, repentinamente, algo sucede.  El enemigo trata de hacernos caer: se presenta enfermedad o una tragedia, que nos halla con la guardia baja:

“Contra mí abren sus  fauces leones que rugen y desgarran a su presa”  (v. 13).

¡Uno no podría ser más gráfico!  ¿Cómo sobreviviremos?  Exclamamos, “Dios mío, ¿dónde estás?” Y entonces recordamos: Jesús se identificó con nosotros – pues él sufrió profundamente, y por nosotros.  Experimentó dolor, humillación y abandono.  Él nos dice:

“Me han traspasado las manos y los pies… se reparten entre ellos mis vestidos ¡y sobre mi ropa echan suertes! (vs.16, 18).

Los leones van a aparecer, rugiendo y listos para devorar.  Mas el Salmista nos dice que si confiamos en el Señor, él estará con nosotros – para protegernos y salvarnos.  Entonces podremos tener victoria y compartirla con futuras generaciones:

“Se les dirá que Dios hizo justicia”  (v. 31).

¿Creemos realmente que Dios puede, y lo hará, vencer a todos los leones que rugen?

Libro de Oraciones Comunitarias