¡Aleluya!
¡ALELUYA!Salmos 111 y 112 ¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor!
Detengámonos un momento y pensemos en las bendiciones de Dios en nuestras vidas. Mencionémoslas, una por una, y luego digamos la palabra Aleluya. El Salmista no estaba alabando a Dios en privado; más bien lo hacía en público ante el pueblo de Dios. Probablemente gritaba sus ‘aleluyas’ fuertemente. Nosotros podemos hacer lo mismo. No solamente porque el Señor nos bendice cada día, sino por saber que también trabaja en el mundo que nos rodea. “Grandes son las obras del Señor, estudiadas por los que en ellas se deleitan” (v.2). Dios provee techo y alimento y gobierna con verdad y justicia. Todo con el fin de lograr la redención de su pueblo. ¡Aleluya! El salmo 112 sigue recalcando las cualidades de los que temen al Señor. Comienza también con un ¡aleluya!, y luego dice que somos bendecidos por Dios si le honramos y adoramos:
“¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! Dichoso el que teme al Señor, el que halla gran deleite en sus mandamientos” (v.1).
¿Podemos nombrar lo que nos deleita hoy? Familia, amigos, salud, techo, ministerio, respuestas a nuestras oraciones. El salmo más adelante habla del carácter de los bendecidos por Dios: justos, honestos, misericordiosos, amorosos. Tenemos que agradecerle a Dios por la transformación que ha hecho en y a través de nosotros – y darle a él toda la alabanza. ¡A L E L U Y A! |