Ciudad de David
Ciudad de DavidII SAMUEL 5: 1-10; 6: 12-16; 7: 18-29
Después de dos muertes, las de Abner y IshBoset, la gente coronó a David Rey tanto sobre Israel como Judá. Por fin un reino unido, siete años después de la muerte de Saúl. David comenzó a morar en la fortaleza de Sión, ahora llamada la Ciudad de David – Jerusalén. Se nos dice: “El Señor todopoderoso estaba con él” (v- 10). Porque Jerusalén ahora era la capital política y espiritual de la nación, el arca de Dios fue llevada alli desde Hebrón – indicando que la presencia de Dios iba a estar con su pueblo. Pero no todos se alegraron con lo que sucedió cuando el arca llegó: “Sucedió que, al entrar el arca del Señor a la Ciudad de David, Mical, hija de Saúl se asomó a la ventana, y cuando vió que el rey David estaba saltando y bailando delante del Señor, sintió por él un profundo desprecio” (6:16). Tal vez fue envidia: una mujer envidiosa de su poderoso y muy amado esposo. Pues David ahora había reemplazado a su propio padre, quien nunca fue alabado de la misma manera. Puede ser simplemente que ver a David ‘saltando y bailando’ –haciéndose un poco el loco – lo que hizo que Mical lo despreciara. El odio estaba comenzando a consumirla. ¿Podríamos nosotros alguna vez reaccionar así? ¿Tenemos sentimientos de envidia, herida, resentimiento – hasta el punto de despreciar a otra persona, incluso alguien cercano a nosotros? Nosotros mismos somos los únicos que podemos acabar con ese tipo de emociones – presentándoselo al Señor en oración. Podemos comenzar, como protección contra tales sentimientos negativos, repitiendo la oración de gratitud de David a Dios por todas las cosas y todas las personas (7: 18 y 29). Lo tenemos que hacer con un espíritu de humildad: “Señor y Dios, ¿quién soy yo, y qué es mi familia, para que me hayas hecho llegar tan lejos?” (v. 18).
¡Larga Vida al Rey! |