Aquello es relativamente inofensivo, excepto que muchos de los “seguimientos” se hacen a distancia, a menudo desde una distancia de cientos de miles a tan sólo un clic de un botón.

En el recuento de la travesía de Jesús vemos diferentes tipos de seguidores. Mientras caminamos hacia Betsaida hubo algunos que siguieron  a Jesús tan fielmente, probablemente desde una distancia de no más de unos pocos metros, dentro del alcance del oído. Ellos se mantuvieron en la espera de cada palabra y cada entonación, para desearle buenas noches cuando el día terminaba y (me gusta creer) bromear con él en la marcha acerca de algunos de los momentos más absurdos de su ministerio.

Seguir a Jesús fue (para ellos) algo vivo y tangible, algo que la Comisionada Keith Banks llama como “la mayor aventura de todas”.

Jesús ya no camina por los senderos de Betsaida. Los seguidores de Cristo de este siglo ya no disfrutan de los privilegios de aquellos quienes pasearon, escalaron y descansaron con él durante su encarnación. Sin embargo, nuestro señor aún nos invita, por su espíritu, a seguirlo. Él quiere caminar por los senderos de nuestros corazones. Donde él no guie, debemos ir. Lo que él diga, debemos hacer.

Si seguir a Jesús significa viajar donde sea que el llame, ¿cuál debería ser nuestra respuesta? ¿Preparados o reacios? Si nuestro peregrinar incluye la negociación de caminos desconocidos ¿confiaremos y obedeceremos? Cuando nos irrita  el polvo de la vida  ¿a quién acudiremos para la limpieza y restauración?